(Editorial de Nuestra Propuesta del jueves 9 de octubre de 2008) Refugiado en su rancho de Texas, George W. Bush afirmaba que va a pasar un poco de tiempo antes de que comiencen a verse los resultados favorables de la aplicación del plan de rescate de 700.000 millones de dólares que aprobó el Congreso estadounidense. Mientras tanto, en Wall Street el índice Dow Jones de valores industriales caía más de 500 puntos y en todo EE.UU se registraba una formidable fuga de depósitos del sistema financiero.
Palabras más palabras menos, lo que el presidente estadounidense reconocía es que la crisis del capitalismo llegó para quedarse -al menos por un tiempo para los más optimistas- y que su impacto, como no podía ser de otra manera, es mundial.
La recesión de la economía estadounidense parece convertirse en una realidad que ni la propia Casa Blanca puede ocultar, y en este contexto, la zozobra del sistema financiero global aporta no pocos datos. Entre ellos aquel que señala que cuestionar la unipolaridad -que con esto queda claramente herida-, debe llevarnos también a hacer lo propio con el discurso único que se nos impuso con el fin de la Guerra Fría desde las usinas del poder real que descansa detrás de Washington.
En momentos en que las otrora verdades incuestionables del capitalismo hacen agua por los cuatro lados, las propaladoras massmediáticas del discurso único se empeñan con singular vehemencia en justificar aquello que, a la luz de los últimos episodios, debería ser al menos, objeto de una mirada un poco más seria y reflexiva.
Con la misma naturalidad con que se cuentan chistes en un velatorio, los columnistas de las principales cadenas informativas de EE.UU hablan de que la cura para el mal que aqueja al capitalismo global es más capitalismo, y sus personeros vernáculos no hacen otra cosa que repetir hasta el hartazgo el mismo discurso.
Con singular espontaneidad, le atribuyen a los mercados características humanas. Así, si tras el aval del Congreso estadounidense al Plan Bush las bolsas del mundo volvieron a registrar bajas históricas, es sólo porque los mercados están impacientes. Tal como hacían los antiguos con sus dioses, los propaladores le otorgan al mercado atributos humanos, Wall Street puede estar impaciente, nervioso y aún deprimido, del otro lado, Men Street, debe aguardar los resultados del plan de salvataje. En su lógica, ni siquiera cuentan los intereses concretos y cotidianos de la gente de su propio país. La cuestión es clara, el Plan Bush sólo busca mayor concentración financiera, esto es más capitalismo, la verdadera cara de la derecha del siglo 21.
Es verdad que nadie puede afirmar que esta crisis no impactará en la economía real de los pueblos de nuestra región, pero también es cierto que llega en un momento en el que existen condiciones apropiadas para que esta situación aporte a la posibilidad de profundizar cambios significativos.
El capitalismo no va a morir a raíz de esta crisis, pero queda claro que su invulnerabilidad está seriamente cuestionada. Esto sin dudas propicia un momento en el que la unipolaridad que devino del fin de la Guerra Fría, puede y debe ser cuestionada.
Y cuestionar la unipolaridad no es otra cosa, al menos en esta parte del planeta, que profundizar a paso acelerado el desarrollo de algunas herramientas que en forma incipiente comenzaron a generarse en nuestra región.
La unidad latinoamericana, la creación y articulación de instituciones que doten a los estados de mayores grados de autonomía, se exhiben hoy como algunas de las principales claves para evitar que seamos los pueblos quienes paguemos la fiesta del capitalismo.
Es una tarea difícil, esto lo sabe bien Cuba que hace casi cinco décadas empezó a recorrer ese camino, y también Venezuela, Bolivia o Ecuador que en los días que corren dan enormes pasos en este sentido.
Queda claro más que nunca, que la unidad regional que encuentra en el espíritu antiimperialista a uno de sus elementos medulares, es un paso fundamental en la lucha contra el capitalismo.
Pero para profundizar esas herramientas, se hace imprescindible terminar de destruir el mito que plantea el discurso único, desdeificar al mercado y sacarlo del centro de la escena, para avanzar en el camino de una cultura humanizada que le de carnadura a las necesarias reformas institucionales que comienzan a efectivizarse en la región. Y en el orden de lo cotidiano, una señal acorde al momento, sería la puesta en marcha de medidas que propicien una profunda redistribución de la riqueza que impacte favorablemente en la calidad del consumo interno.
De lo que se trata, a fin de cuentas es de destruir de una buena vez por todas el altar que creó el capitalismo, algo para lo que es necesario, por lo menos, un poco de sensatez.
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